Siempre le cogemos cariño a los sitios donde hemos pasado parte de nuestra vida. Casas, colegios, lugares donde veraneamos y… oficinas. Tras cinco años en nuestra anterior sede ésta se nos quedaba pequeña. Andábamos faltos de espacio y teníamos que buscar una nueva oficina. Ahora ya estamos instalados, pero no ha sido un proceso rápido ni sencillo.
Encontramos un nuevo espacio que cumplía nuestras necesidades en el mismo edificio, tan sólo nos teníamos que mover 4 pisos hacia arriba. Fácil pensaréis, ¿verdad? Pues para nada. ¿Habéis tratado de modificar un contrato con una eléctrica? Si queréis seguir bien del corazón, no lo hagáis. Es posible que tengáis que hablar con 73 departamentos diferentes y perdáis mucho tiempo y algo de salud en el camino. Las dos compañeras que se encargaban de ello ya están recuperadas pero las tuvimos que mandar una semana a un balneario con todos los gastos pagados.
Además tuvimos que subir mesas, ordenadores, sillas, archivos, vaciar almacenes para tener todo el material, encargarnos de la decoración y decidir quién se sentaba donde (¿cómo nos distribuimos?, ¿por departamentos?, ¿por sexos?, ¿por orden alfabético?, ¿según el signo zodiacal de cada uno?, ¿los libras se llevan bien con los piscis?).
Una vez parecía estar todo listo y en su sitio llovió y ¡sorpresa, hay una gotera en el techo! Aquí salió nuestra vena más romántica y artística, ¿por qué no tener una oficina que tratara de imitar la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright? Tras debatir los pros y los contras y una votación muy ajustada acabamos decidiendo que era poco práctico tener el suelo y un escritorio permanentemente mojados y lo hicimos arreglar. Fuimos conservadores.
Ésta es la historia de nuestra mudanza. Ahora mismo estamos todos encantados con nuestro nuevo hogar y con el cambio que hemos hecho. Y por qué no decirlo, también estamos deseando no tener que mudarnos en mucho tiempo.